• Cultura

El carrusel de la creación

por Nuria Barrios

12 de abril de 2024

En España hay un desdén institucional por la cultura que se extiende como un virus infeccioso a la sociedad y condena la creación. El desdén es una forma aceptada y formalizada de maltrato. Es la distancia existente entre las declaraciones grandilocuentes de los responsables culturales sobre la importancia de la creación y su manifiesta inactividad para apoyarla. Esa distancia entre salir en las fotos y trabajar en defensa de los creadores es un vacío hostil. El nombramiento de personas a quienes la cultura parece serles indiferente, de uno y otro signo político, ya no causa escándalo. Tampoco el hecho paradójico de que los creadores no solo no contemos con el apoyo del ministerio de Cultura y sus representantes en la tierra de las autonomías, sino que tengamos que batallar contra ellos para arañar unos mínimos derechos. Basta con recordar que el Estatuto del Artista ha salido adelante con enorme esfuerzo gracias a la determinación de asociaciones como AC/E.

La creación es un ecosistema muy frágil que se sostiene por la apasionada entrega de quienes dedican su vida a la misma. ¿Cómo explicar su fiero empeño cuando todo parece estar en contra?  La respuesta podría estar en «El caballo dorado», la última y prodigiosa novela de Sergio Ramírez. El libro cuenta la historia de una joven princesa de una población de los Cárpatos, en la frontera entre Rumanía y el imperio austrohúngaro, que conseguirá llevar un carrusel a Nicaragua, en un accidentado viaje a través de Europa y el Atlántico, a principios del siglo XX. La novela es un cuento de hadas y una historia policíaca y un relato de aventuras y una aventura rocambolesca llena de erudición y de fantasía. Sergio Ramírez ha creado un artefacto artístico prodigioso, un homenaje a la imaginación y a la magia de la literatura. Cuando terminé de leer la novela, que se arma y desarma como un carrusel, pensé que ni siquiera el famoso mago David Copperfield habría podido sorprenderme y divertirme tanto. Pero lo que me interesa ahora mismo de «El caballo dorado» es que, sin pretenderlo, habla de la precariedad de la cultura y de quienes son capaces de arruinarse en defensa de ese algo inasible que es el arte.

El carrusel es una metáfora de la creación. Cuando subes a uno de sus caballitos, igual que cuando abres una novela o escuchas una melodía o contemplas un cuadro, tienes la sensación de entrar en un mundo aparte y privilegiado, diseñado para la felicidad. Y, aunque estés sentada a horcajadas sobre un caballo de madera, sientes la emoción de cabalgar uno real. En el carrusel no solo entras en otro espacio, también te adentras en otro tiempo fuera del tiempo, ajeno a los relojes y a la cronología, atento al ritmo auténtico de la vida.

El carrusel es una metáfora de la creación. Cuando subes a uno de sus caballitos, igual que cuando abres una novela o escuchas una melodía o contemplas un cuadro, tienes la sensación de entrar en un mundo aparte y privilegiado, diseñado para la felicidad.

El carrusel de la novela de Ramírez posee algo que lo hace único: un caballo dorado. El refulgente color incluye en su composición un veneno, el cianuro de potasio. Y envenenados parecen aquellos que entran en contacto con ese caballo, pues sienten que da sentido a sus vidas y le entregan su existencia. Un veneno similar infecta a todos los creadores, que oscilan entre don Quijote y Casandra, entre la pasión por defender algo tan valioso como inasible y la frustración de que su visión sea negada una y otra vez.

Al final de la novela de Sergio Ramírez hay un pequeño aviso que no deberían obviar los distintos gobiernos y sus ministros y consejeros de cultura. El carrusel zarpa desde Europa a América como un regalo de la familia francesa Ménier, los famosos fabricantes de chocolate, al general Zelaya, que ostenta el poder en Nicaragua. Pero el barco arriba al país en un mal momento. El general Zelaya acaba de ser derrocado por una revolución armada que colocará en el poder a otro militar: el general Estrada. Esa mudanza de presidentes no afectará al carrusel, pues el nuevo tirano comprende que el entretenimiento aumentará su popularidad y facilita la puesta en marcha del artilugio. A lo largo de los años los regímenes políticos se sucederán, los mandatarios aparecerán y desaparecerán, pero el carrusel, aún venido a menos, les sobrevivirá.

La diferencia entre el veneno del poder y el veneno del arte es inmensa. El primero es estéril, el segundo fecunda la vida.

Información sobre la articulista

Nuria Barrios es escritora, traductora y doctora en Filosofía. Es autora del ensayo La impostora, ganador del Premio Málaga de Ensayo; de las novelas Todo arde y El alfabeto de los pájaros; de los libros de relatos Ocho centímetros, El zoo sentimental, Amores patológicos y Balearia; y de los libros de poemas La luz de la dinamo, ganador del Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado, Nostalgia de Odiseo y El hilo de agua, ganador del Premio Ateneo de Sevilla. Acaba de reeditarse su primer libro, Amores patológicos, revisado y actualizado por la autoa para conmemorar su 25 aniversario. Nuria Barrios es la traductora al español del novelista irlandés John Banville/Benjamin Black. Sus últimas traducciones son Los muertos, de James Joyce, y Mi nombre es nosotros, de Amanda Gorman. Es profesora del máster de Creación Literaria y del Diploma en Escritura, Estilo y Creatividad de la ViU.